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viernes, 15 de julio de 2016

El recuerdo del dolor




Por Jean Vidal:

Era exactamente las 7:32 PM, lo pude comprobar en el reloj de mano que llevaba en la muñeca izquierda. Aquel era un reloj bastante peculiar. Tenía manecillas muy finales, lo que me hizo pensar en lo difícil que habría sido ensamblar cada una de las piezas si hubiese sido reparado en algún momento. Además de ello, tenía una correa de cuero con las iniciales S.S. probablemente se trataba de mi nombre. Por otro lado, el reloj tenía un aspecto antiguo; este parecía haber sido utilizado por varios años, probablemente había sido reparado un par de veces a juzgar por las marcas que tenía en la cobertura metálica que protegía su interior.
Me quedé observando el reloj por un momento. Me detuve a contemplar su movimiento lento y armónico. Entonces me dio la impresión de que la vida útil del reloj había llegado a su fin. Creí que las manecillas dejarían de moverse o eso fue lo que sentí. Cada segundo que transcurría podía ser el último tic tac; el último aliento de vida. Pude sentir segundo a segundo cómo iba perdiendo fuerza, cómo iba muriendo y cómo luchaba por seguir en movimiento aunque sea una vez más. Luego de unos minutos de lenta agonía finalmente se había detenido.
Permanecí inmóvil por un instante. No podría decir cuánto tiempo con exactitud, pero me pareció que transcurrieron algunas horas. Pronto comencé a sentir un dolor apabullante que se extendía desde las piernas hasta la cabeza. Sentí como si me golpearan con un bate de beisbol cual piñata de cumpleaños; sin embargo, yo estaba solo. Entre todos los dolores que sentía pude identificar uno proveniente desde mi interior; probablemente se trataba del corazón.
Los dolores comenzaron a disiparse y comencé a recuperar el control de mis extremidades. Primero fui capaz de mover mis brazos, luego mis piernas y finalmente la cabeza. Recuperé la sensibilidad de mis extremidades por completo y me di cuenta que estaba acostado. Yacía sobre el asfalto de una calle cuyo nombre no puedo recordar. Entonces, decidí ponerme de pie y dar algunos pasos. Quizás así comprendería por qué había decidido permanecer acostado.
Intenté pararme, pero tuve algunas dificultades. En primer lugar, me encontraba un poco mareado y no conseguí mantener el equilibrio. Además, estaba completamente exhausto, como si no hubiera dormido en un par de días. Esto, sumado al hecho de que cada vez que intentaba ponerme de pie los dolores corporales volvían a emerger. Finalmente, luego de varios intentos conseguí pararme y comencé a ver a mi alrededor en búsqueda de algo familiar, pero fracasé.
-¿En dónde estoy? –me pregunté en voz alta.
El lugar en donde me hallaba era un área residencial en donde las construcciones no tenían más de dos pisos. Pude ver muchas casas con decoración brillante, los jardines estaban llenos de luces que contrastaban muy bien con la poca iluminación de las calles. Quedé asombrado con el espectáculo y me pregunté si todo aquello tenía algún significado, o si simplemente todos habían acordado utilizar ese tipo de iluminación. Mientras observaba las hermosas luces de los jardines pude notar que estaba caminando cada vez más rápido, como si mis piernas se movieran por su cuenta y algo dentro de mí me dijera “¡Muévete idiota!”. Decidí hacerle caso a mis impulsos, a fin de  cuentas no tenía planeado dirigirme a un lugar en específico. Aunque debo decir que sentí algo de tristeza mientras me alejaba.
Caminé por varios minutos con bastante prisa y estaba por cruzar un parque cuando una mujer apareció. Se acercó con un rostro que mostraba gran preocupación y se dirigió hacia mí.
-¿Se encuentra bien? –preguntó
-Sí, estoy bien; aunque un poco perdido –respondí.
-Se lo pregunto porque parece que se hizo una herida en la cabeza y está sangrando.
Coloqué mi mano sobre mi cabeza para corroborar lo que ella me decía y efectivamente estaba sangrando.
-Todo indica que usted no sabía nada acerca de esa herida. ¿Cómo es eso posible? Con esa herida cualquier persona estaría retorciéndose de dolor –dijo ella.
-Yo... –no entendía lo que estaba ocurriendo.
-Venga conmigo, le curaré esa herida. No puedo dejar que se marche en ese estado.
-Le agradezco.
Me sentía muy confundido en ese momento. Sin embargo, aquella mujer parecía muy amable y me hizo sentir confianza. Por ello, decidí seguirla hasta su casa.
-Mi nombre es Gaya, he vivido en este lugar toda mi vida. Solía vivir con mis padres, pero ellos fallecieron hace unos meses. Ahora vivo sola y trabajo de mesera en aquella cafetería que está en la esquina –se mantuvo en silencio mientras la observaba- Ahora es su turno, ¿cuál es su nombre?
-Yo... –estuve en silencio por unos segundos- No lo sé.
-¿Cómo que no lo sabe?
-Es que, no lo recuerdo.
Ella comenzó a examinarme con su mirada, parecía que desconfiaba de mí o quizás de lo que le decía.
-¿Sabe que día es hoy?
Lo pensé un momento y respondí.
-No...
-¡Vaya! Así que estoy frente a un caso de amnesia. Dígame, por favor, ¿recuerda alguna cosa? Por ejemplo, el lugar en donde usted vive, alguna dirección o el nombre de alguien a quien conozca...
-Lo siento, pero no puedo recordar nada. Solo sé que me encontraba acostado en la calzada y que este reloj ya no funciona –dije mientras señalaba el reloj de mano.
-Entiendo. Parece que será difícil que encontremos a alguien que lo reconozca, pero por lo menos deje que le ayude. Allí es donde vivo –dijo mientras señalaba una casa con paredes blancas. Esa casa era la única que no tenía luces en el jardín.
-Nuevamente se lo agradezco.
-No se preocupe, a la gente perdida se le debe ayudar a encontrar su camino.
-Permítame que le haga una pregunta. ¿Por qué su casa no tiene luces en el jardín? Es decir, me parece extraño que todas las casas tengan luces tan brillantes, pero la suya no tiene nada.
-¡Ah! Aquellas son luces navideñas. Quizás no lo sepa, pero hoy es navidad; hoy se celebra el nacimiento de Jesús y por eso todos los vecinos han puesto ese tipo de decoración.
-Entiendo.
-Y... yo no he decorado el jardín porque era a mi padre quien se encargaba de eso y yo no sé cómo hacerlo.
Al llegar a su casa abrió la puerta lentamente y me invitó a pasar. En seguida me alcanzó una silla de madera muy cómoda en la que me senté mientras ella curaba la herida de mi cabeza.
-Es muy probable que se haya golpeado la cabeza con algo y eso haya provocado que perdiera la memoria.
-No lo sé... ahora mismo no consigo recordar nada. Incluso cuando lo intento.
-No se preocupe, los recuerdos llegarán poco a poco. Ya verá –se mostró entusiasmada.
De cierta forma me agradaba que me diera esperanzas.
-¿Sabe qué? –dijo- le tocaré algo para que se relaje. Si tenemos suerte podrá recordar alguna cosa.
Ella se dirigió hacia alguna de las habitaciones y luego de unos minutos volvió con un violín en la mano. Se sentó a mi lado y colocó el instrumento sobre su hombro izquierdo.
-Yo le solía tocar esta canción a mis padres. Creo que te gustará. –dijo antes de empezar a tocar.
La canción que Gaya tocaba era sin duda hermosa. Mientras la escuchaba podía sentir como si mi cuerpo se elevara varios metros sobre el suelo y como si fuera capaz de volar a voluntad. En ese momento algunas imágenes aparecieron en mi mente. Pude ver a una mujer en el suelo, que parecía retorcerse por algún motivo. También pude ver parque por el que estuve a punto de cruzar hacía unos minutos.
-¿Hola? ¿Hola? –escuché una voz y abrí los ojos inmediatamente. –parece que te habías quedado dormido, lamento que mi canción te haya aburrido.
-Discúlpame, creo que me dormí porque estaba cansado. Tu canción fue hermosa, lo digo en serio.
-No hay problema –dijo ella.
Estuve pensando por un instante en las imágenes que había visto durante mi sueño.
-¿En qué piensas? –preguntó Gaya.
-Lo que pasa tuve un sueño. Tan solo fueron imágenes, pero sentí desesperación y tristeza. En el sueño pude ver a una mujer que se retorcía de dolor, ella se encontraba sobre una cama y había mucho ruido. Luego también apareció la imagen del parque en donde nos encontramos hace un rato.
-¿Y crees que eso tiene que ver con algún recuerdo?
-No lo sé. Pero me gustaría averiguarlo.
-Quizás podemos ir al parque. He oído que ir a lugares en donde has estado antes estimula la memoria en personas que tienen amnesia.
-Está bien.
-Aunque primero deja que te ponga esta venda en la cabeza. Así evitaremos que sigas sangrando.
-Creo que se coloca así –dije mientras tomé la venda y me la envolví en la cabeza.
-Lo siento, es que no soy una experta y tampoco he curado muchas heridas en mi vida.
Nos dirigimos hacia el parque en donde nos habíamos encontrado hacía un par de horas y estuvimos charlando un rato. Ella hablaba sobre sus padres y lo mucho que los extrañaba. Sentí mucha pena por ella porque había perdido a su familia de golpe en un terrible accidente de tránsito. Yo no podía entender por completo su dolor; no tenía recuerdos acerca de mis familiares y por lo tanto, no podía imaginar el dolor que representaría que los perdiera. Me sentí impotente e inútil, pero seguí escuchándola.
Mientras ella me narraba su historia comencé a observar el parque y me percaté que había un auto de policía aparcado en una esquina. No me llamaba mucho la atención, sin embargo, había algo que me hacía mantener la mirada sobre él. Poco a poco fui enfocando mi mirada en una sola cosa: en las luces de la sirena. Fue entonces que un policía se subió al auto y encendió las luces que me cegaron por unos instantes. Gaya me preguntó qué me ocurría y le dije.
-He estado en una tienda de medicamentos hace muy poco tiempo.
-¿Te refieres a una farmacia? –preguntó.
-Eso creo –dije con tono bajo.
-Conozco una que no está muy lejos de aquí. Si quieres podemos ir a ver.
-Está bien, vamos.
Nos dirigimos hacia una farmacia pequeña que se encontraba como a cinco cuadras del parque. Me comencé a sentir muy ansioso y creí que podría recordar alguna cosa; así que a la vez me sentía entusiasmado.
Al llegar, vimos que la farmacia estaba cerrada y me sentí decepcionado porque nada de lo que veía me hacía recordar alguna cosa.
-No te preocupes –dijo Gaya- yo conozco a la persona que trabaja en esta farmacia, probablemente pueda llamarlo, pero primero tendría que ir a mi casa y buscar mi teléfono celular. Tú puedes quedarte aquí mientras tanto. Además, podría ser que recuerdes alguna cosa.
-Muchas gracias Gaya, en verdad me estás ayudando mucho y tampoco estoy seguro si en realidad recordaré algo. Te esperaré.
-Muy bien, vuelvo pronto.
Me quedé mirando a Gaya mientras se alejaba. Sentí que era una muy buena persona y que no merecía que la vida la tratara tan mal. Ella había perdido a sus padres hacía poco tiempo, pero ella no estaba deprimida y parecía tener una visión muy positiva de la vida.
Una vez que desapareció al girar la esquina, comencé a observar la farmacia. No había forma de que pudiese entrar, pero pensé que si me acercaba podría ver algo a través de la ventana. Al acercarme tuve la sensación de que en efecto, había estado allí. Coloqué mi mano sobre el vidrio y pude recodar.
-He estado aquí antes. ¡Vine a la farmacia a comprar una jeringa! –grité.
Aún no lograba recordar todo, pero cada vez que decía algo en voz alta aparecían recuerdos ante mis ojos.
-¡Sarah! –grité con todas mis fuerzas.
Cuando los recuerdos volvieron a mi mente no podía creerlo. Me sentí tan culpable por haber olvidado a mi esposa Sarah. Ella había estado cenando conmigo antes de la celebración de navidad. Sin embargo, uno de nuestros vecinos había estado golpeando un panal de abejas durante la tarde y luego se había ido a celebrar navidad con sus padres según nos contó. Mi esposa era alérgica a la picadura de las abejas, pero creímos que no habría problema porque no habíamos visto abejas en ese panal desde hace muchos meses. Pero nos equivocamos. Durante la cena, una de las abejas logró entrar en nuestra casa y se acercó al cuello de Sarah e incrustó su aguijón en una de sus venas. Ella cayó al suelo por el susto que se llevó y le ayudé a retirar el aguijón de su piel. Sin embargo, estaba muy preocupado porque no sabría qué tipo de reacción tendría en su cuerpo. Inicialmente, apareció una roncha alrededor de la herida y seguimos con nuestra cena. No obstante, al cabo de unos minutos ella comenzó a ahogarse. Volvió a caer al suelo y me pedía ayuda. Aparentemente tenía un ataque anafiláctico, que es una reacción alérgica generalizada en donde la vida de una persona está en grave peligro.
Yo era practicante de medicina en un hospital del estado y sabía muy bien que solo tenía entre 10-15 minutos para aplicarle una inyección de epinefrina en el muslo a mi esposa. Si no lograba hacerlo en ese tiempo ella moriría.
Fui en búsqueda de epinefrina al botiquín de mi casa; tenía una pequeña botella para casos como el que enfrentaba. Sin embargo, la última jeringa que tenía en casa la había utilizado para colocarle una inyección a una vecina. Fue entonces que me desesperé, acosté a Sarah en la cama y fui corriendo hacia la farmacia más cercana.
No podía recordar más, pero mis ojos estaban humedecidos. Estaba llorando y sentí tanta rabia, tanto odio hacia mí mismo por no haber llegado a casa al instante. Tenía muchas ganas de verla y solo esperaba un milagro. Vi por última vez la farmacia y golpeé sus paredes con todas mis fuerzas. Probablemente me había lastimado las manos, pero no me importaba.
En medio del llanto incesante y la desesperación corrí con todas mis fuerzas en dirección a casa. Las lágrimas herían mis ojos y se hacía difícil mantenerlos abiertos. Aún así, no me detendría, porque mi esposa era mucho más importante que cualquier dolor que pudiese sentir en ese momento. Corría y apenas podía distinguir el camino, pero estaba seguro que si seguía adelante pronto me encontraría frente a la puerta de mi casa.
Nunca había corrido a tanta velocidad en mi vida, parecía que pronto llegaría a mi destino; pero en ese momento pude ver algo en el suelo con el rabillo del ojo; mi limitada visión producto de las lágrimas no me permitía ver bien. Se trataba de la jeringa que estaba llevando a casa para aplicarle una inyección de epinefrina a mi esposa. Actué sin mucha deliberación por la inquietud y seguí corriendo. Además, en ese instante ya no importaba la inyección. Había pasado mucho tiempo y probablemente mi esposa estaba muerta. Yo solo quería llegar a casa.
¿Qué hacía la jeringa en el suelo? –pensé- si se suponía que yo lo estaba llevando a casa para salvar a mi esposa. Y como un disparo a la cabeza, el resto de los recuerdos habían vuelto a mi memoria.
Recordé que la jeringa había caído al suelo mientras corría y mi mirada siguió su trayectoria durante todo momento. Por ese motivo, no pude percatarme que uno de los letreros que indica la calle, había sido mal colocado sobre la vereda; y mi cabeza chocó a gran velocidad contra él. No supe nada más hasta que desperté a las 7:32PM.
Sabía que me encontraba en una situación desfavorable. No deseaba abrir los ojos por nada del mundo. Pero lo hice; y en ese momento pude verlo nuevamente. Frente a mis ojos, a unos pocos centrímetros de mi rostro, pude ver aquel letrero. Quizás el destino me había jugado una mala pasada, pero de nada servía lamentarse. Así, que con un último aliento pude decir “Perdón”. Las luces volvieron a apagarse por algún tiempo, y esta vez el reloj no me daría la hora al despertar…
Algo adolorido y con mucha dificultad pude moverme en el suelo. Puse mis manos en mi cabeza por el dolor incesante y logré sentarme sobre la pista. Alcé mi mirada y pude ver muchas luces en el cielo. El espectáculo navideño de fuegos artificiales había iniciado. Bajé la mirada y solo atiné a decir.
-¿En dónde estoy?

FIN












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