Por Katherine López
Cuadros
Estaba a punto de conciliar el
sueño cuando de pronto empezó a sentir como esa desesperante inmovilidad se
volvía a apoderar de su cuerpo. ¡No! ¿Por qué? Hace tanto que no pasaba esto –pensó.
Esta situación era muy común en el
pasado, pues le sucedía casi todas las noches y a veces también en los
amaneceres y desapareció de repente para no volver nunca más. Pero no fue así,
había vuelto, otra vez.
Normalmente, sus episodios consistían en que ella se
hallase echada en su cama como cualquier otra noche sin poder moverse y sin
poder articular ni una sola palabra otra vez. Siempre con la esperanza de que
la siguiente noche sea una de esas pocas y atesoradas noches en donde su cuerpo
le respondiera, en donde no lo viera a él ni a su vacía y escalofriante mirada.
Hizo lo de siempre aguantar la respiración, pujar y tratar de sacudir todas las
partes que le respondiera su cuerpo. En cuanto sintió que esa presión se había
ido al fin se dispuso a abrir los ojos. Todo volvió a la normalidad ahora
llegaba la hora de decidir sí volver a dormir o sí quedarse despierta de lo que
queda de la noche.
Por qué no recurrió a un médico o alguien para
curarse, cómo es que se inició este asunto, cuál será la causa de su
resurgimiento. Aún recuerda la primera vez que sintió esa desesperante
inmovilidad, en medio de una tranquila noche ella se encontraba durmiendo en su
habitación y, en cuanto decidió acomodarse en otra posición para seguir
durmiendo, sintió que su cuerpo no le respondía, al hallarse en dicha situación
se dispuso a abrir los ojos, ya que era la única parte que menos le pesaba de
su cuerpo, en cuanto lo hizo pudo divisar la silueta de un humanoide, el cual
no se le distinguía con claridad.
Mientras examinaba más la figura del humanoide
llegó a sus cuencas oculares las cuales se distinguían por las dos luces, tan
pequeñas como foquitos de navidad, que se situaban en donde deberían estar sus
ojos. Al tan solo llegar a verlos ella podía sentirse intimidada e indefensa.
Intentó zafarse de él, pues él estaba encima de ella colocando todo su peso. Poco
a poco podía recobrar la movilidad del pie derecho y de casi todos sus dedos,
pero a pesar de ello él no desaparecía ni se hacía más liviano, por lo que continúo
pujando, para zafarse, con todas sus fuerzas hasta que al fin lo logró.
Se despertó desesperadamente e intento asimilar
todo lo ocurrido. Sin entender qué fue lo que le sucedió en realidad hizo lo
que cualquier humano suele hacer ante situaciones conocidas, clasificarlo con
un sentido “místico”, en este caso, seguido por una antítesis de darle un
sentido lógico a la situación. Su conclusión fue la de que vivió una simple e
intensa pesadilla; era lo mejor que tenía por ahora y por ser la primera y,
según sus esperanzas, única vez no le tomó importancia alguna. Sin embargo, ese
fue el comienzo de todo, desde esa noche la situación se volvió cotidiana.
Hubo un tiempo en el que tomaba café para mantenerse
despierta, pero no daba resultados. Después de tantas parálisis, ella aprendió
a manejar la situación, cada vez que sucedía sabía que tenía que hacer, uno, no
abrir los ojos, para no ver a aquella “alucinación”, según ella, en forma de
humanoide, dos, sacudirse lo más que podía y tres, pujar y respirar hondo.
Al cabo de un tiempo de afrontar la situación, la
cantidad de parálisis que ella tenía fue descendiendo progresivamente hasta
desaparecer. Por lo tanto, ella pensó que solo fue un fenómeno que se causó por
alguna crisis, por estrés, o algo parecido, pues esas eran las causas, según
internet.
Sin embargo, tiempo después, este “fenómeno” volvió
a manifestarse, por lo que decidió ir al médico de una buena vez.
Este le preguntaba cosas como “¿suele hace
ejercicio?” “¿a qué hora sueles hacerlo?” “¿consume café?” “¿duerme a sus horas?”
en un tono curioso.
A lo que ella solo respondía sí, suelo hacer
ejercicio en la noche, también consumo café y por lo general duermo 6 horas o a
veces menos, sobre todo con esto de las parálisis – dijo segura, pero exhausta
a la vez.
Bueno – dijo firme el doctor – la mayoría de esas
actividades son las causantes de los episodios de parálisis de sueño que has
experimentado.
¿Qué? ¿Es en serio doctor? – dijo impresionada
Pero… ¿qué no hacer ejercicios es bueno? – preguntó
confundida y algo incrédula la joven a la respuesta que había recibido
Pues sí, pero en tu caso, y en el de muchos, no
antes de dormir, lo mismo con el café – respondió el médico.
Bueno eso es todo solo siga al pie de la letra las
indicaciones y no volverá a tener episodios de parálisis del sueño de manera
continua, probablemente, nunca más – concreto
el médico.
Sí, gracias doctor – respondió algo tímida la
joven.
Al poco tiempo, la joven había seguido al pie de la
letra las indicaciones y se cumplió lo que el médico le había dicho aquella vez
en la consulta. Ya no había tenido ningún episodio de la parálisis del sueño.
Sin embargo, por alguna extraña razón, no se sentía satisfecha o tranquila con
que ya no tuviera más episodios como los que tenía acostumbrado tener. Solo se
sentía frustrada, desganada e impotente.
Eran las 9 pm en el reloj y ella sujetaba una taza
de café pasado en mano. Al dar el último sorbo se dispuso a acostarse boca
arriba en su cama y tratar de conciliar el sueño, cerró los ojos. Al abrirlos
se dio con la sorpresa de que ya era de mañana y no había tenido algún episodio
de parálisis, lo cual fue muy desconcertante para ella.
Noche tras noche, la misma desconcertación de
siempre. No tenía sentido, luchó tanto para curarse y no volver a sufrir esa
situación que la aterrorizaba tanto y; sin embargo, ahora deseaba volver a
tenerla de nuevo. Era algo completamente absurdo, pero real.
Ya habían pasado siete noches de intentos fallidos,
siete noches de frustración, hasta que se dio por vencida. Eran las 5 am y ella
estaba por recobrar la consciencia y despertar, pero no pudo. La inmovilidad
volvió a apoderarse de ella. Entonces, como nunca, abrió los ojos dispuesta a
observarlo; sin embargo, él no se hallaba ahí, de hecho nada se hallaba ahí. Solo
estaba quieta, paralizada. Hizo lo de siempre. Pujo y se sacudió con toda su
fuerza y salió de esa inmovilidad de ese trance, el cual extrañaba sentir. Una
sonrisa se dibujó en su rostro de forma inevitable, estaba feliz, había luchado
tanto para quitárselo como también para volver a sentirlo. Era algo extraño
para ella, algo nuevo, algo que nunca antes había sentido, algo inexplicable que
probablemente le costará mucho entender. Me pregunto qué le pasara ahora, sí se
volverá loca o se suicidará, sí alcanzara
verlo en otra parálisis. Como sea eso no importa. Después de todo, él
siempre estuvo allí observándola junto conmigo.
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