Por Henry Rivas Sucari
Yo he
querido responderme a muchas preguntas todo este tiempo mientras
cada línea de mi tejido iba desapareciendo y haciéndose pedazos, cada vez que
la humedad o la sequedad iban carcomiendo no solo mi
cuerpo, sino también mi espíritu.
Yo,
Paul Selley, natural de York, fui asesinado por Percy Bunsey, en el año mil
quinientos doce de nuestro señor.
Cuando
llegué a las Indias, que muchos ya consideraban un nuevo territorio, lo hice en
una embarcación que siguió a las de Colón. Me contrataron como médico de la
tripulación. Esta se llamaba “El Lucidor” y estaba compuesta por
españoles, ingleses, franceses, italianos y holandeses. Por supuesto, todos
pilluelos, jóvenes y viejos recién salidos de las cárceles.
Presencié
dos motines en los que degollaron a dos oficiales de la armada inglesa, y en
los que cambié de jefe sin protestar. Mi condición de médico me proporcionaba
una protección que no dejaba aliento para mi discusión sediciosa, pues
cualquier bando que tomase el poder me necesitaría, así que tuve muchos
trabajos: suturando y cociendo heridas, cambiando innumerables
vendajes, curando a un adolescente que fue violado una noche por treinta y
dos marinos, y por poco muere desangrado. Cuando llegamos a la isla
Isabel la Católica, nos encontramos con que la guardia española no pasaba de
doce sujetos que vivían como en un paraíso: mujeres exuberantes y
hermosas, comida abundante y fresca, y ese sol que nos llenaba de una energía
afrodisíaca intensa. Yo mismo me enamoré perdidamente de una preciosa aborigen.
Mi paraíso duró exactamente cuarenta y dos
días, en los que me perdía en una de las innumerables playas y
lagunillas haciendo una y otra vez el amor con Batrica, que en su lengua
salvaje pudo explicarme, con gestos y ademanes, significa fuerza volcánica. Yo
estaba enamorado de sus caderas sólidas y la apacibilidad de su rostro, de sus
dientes blancos marfilados y sus ojos lánguidos, de su cabello moreno y sus
piernas perfectas de color oscuro. Su compañía transformó mi frío espíritu
europeo, hasta convertirlo en un volcán ardiente que se conjuraba al infinito
armonizando con su manera de besar, su boca caribeña
y ese sexual ardor tropical que me hizo tan feliz.
Pero
la felicidad está hecha para recordarla y extrañarla. El Capitán Villaescusa,
jefe de la isla, se enteró que los españoles ya sabían que la nave había
sido tomada por la fuerza, de una manera ilegal, indigna. Fue allí donde
comenzó la cacería que involucró de una manera salvaje a los naturales, a
quienes manipularon para una lucha sangrienta fratricida. Yo sabía que el
capitán deseaba a Batrica, y me procuré tenerla siempre alejada de él. Sin
embargo, yo sólo era un médico (esta vez mi condición profesional no
me sirvió para salvarme) y no sabía pelear. Fui capturado junto a los
integrantes de mi tripulación con el cargo de traición a no sé a qué rey. Me
habían capturado y encerrado en una cabaña mientras Batrica me hacía temblar
con sus llantos, con sus gemidos, con esa manera espantosa de
preocuparse por mí, arrancándose los cabellos y lanzando alaridos junto a otras
mujeres que presentían la partida ineluctable de sus hombres-dioses).
La
madrugada del doce de octubre de mil quinientos doce, Percy Bunsey, pillo
inglés, cumplió la orden de Villaescusa, pasando el filo de
su espada por mi garganta, mientras yo trataba,
infructuosamente, de desamarrarme la soguilla que me ataba al palo
alto al que estaba sujeto. Recuerdo el cielo celeste, el rugir del mar al
chocar contra unas rocas, mi lejana ciudad y su aroma tan lejano,
allá en Inglaterra, y sobretodo la mirada lánguida y triste, mezclada con una
actitud de horror, de mi único y gran amor... Batrica, mi amor, mi
dulce Batrica.
Epílogo
Crónica del diario Arequipa al día, martes, 18 de julio
del 2000
(…)Continúan
las investigaciones sobre el hallazgo del misterioso esqueleto hallado en Centroamérica
por el arqueólogo Bertie Shelley, quien cree haber encontrado a un ancestro
suyo(…).
_____________________________________________________________
Imagen: Exhumación – Paco Pomet
Imagen: Exhumación – Paco Pomet
No hay comentarios:
Publicar un comentario